Los seres humanos no siempre hemos sido tal como somos hoy, aunque a veces se nos olvide. Hace no mucho todavía éramos cazadores-recolectores y nuestro alimento principal eran vegetales, ya que la caza aunque era constante no siempre daba resultado. Se cazaba lo que se podía y se recogían semillas, frutas, hierbas, bayas silvestres, raíces. Aun cuando la actividad física era mucho mayor que la actual, se conservaban con salud y por ejemplo con muchos menos problemas en los dientes.
En el mundo moderno, por el contrario y pese a haber disminuido nuestro gasto calórico (nos movemos físicamente mucho menos que en aquella época) hemos aumentado nuestro consumo calórico. Es decir, comemos mucho más calorías de las que gastamos. Esto se debe a varios factores, el principal es que tenemos un excedente de energías baratas. Otro factor es el estilo de vida, pero también la elección de productos en los que se basa nuestra alimentación actual como por ejemplo la cantidad de carne, frutas, verduras y legumbres. Dentro de los alimentos que elegimos, ¿Comemos raíces y semillas? Sí, de algunas verduras comemos la raíz y de otras las flores, de otras el tallo o la flor. ¿Podrías saber si de la lechuga, por ejemplo, comemos la raíz, el tallo, la hoja o la flor? ¿Y de una cebolla? ¿Y de una fresa? ¿Y de una alubia?
En muchos casos, cuando consumimos verdura, la consumimos antes de que complete su ciclo de crecimiento. Por ejemplo una zanahoria: de la zanahoria nos comemos el tallo (no la raíz) y lo comemos antes de que la zanahoria eche flor ya que casi todas las verduras cuando echan la flor (para después echar la semilla que va dentro de la flor) llegan a su madurez y ya no están “a gusto” para comer, suelen estar muy maduras o amargas para gusto humano.
No permitimos que la planta termine su ciclo y eche las semillas. Las comemos jóvenes, verdes. Cortamos su ciclo de crecimiento y por ende no podemos obtener sus semillas
Lo mismo pasa con las lechugas, las comemos mucho tiempo antes de que pueda echar la flor y las semillas ya que de otra forma estaría un poco amarga y bastante más dura de lo normal. Por cierto, la palabra lechuga viene del latín láctuca la cual deriva de lactis o leche. Y esto es porque al cortar el tallo de la lechuga desprende una especie de savia blanca muy parecida a la leche. Una lechuga tarda casi un mes y medio para que podamos comerla, pero en su ciclo normal, es decir, desde que brota hasta que echa las semillas, tarda tres meses. ¿Y esto qué significa? Que no permitimos que la planta termine su ciclo y eche las semillas. Las comemos jóvenes, verdes. Cortamos su ciclo de crecimiento y por ende no podemos obtener sus semillas.
En la dieta mediterránea el consumo de frutas y verduras es una opción común. Pero si no permitimos que crezcan las flores para las semillas, ¿de dónde vienen todas las frutas y verduras que consumimos? Sabemos que existen productores que tienen extensas áreas en donde las producen, pero ¿de dónde sacan ellos los árboles, los plantones y las semillas?
Antiguamente, cuando la producción y el consumo estaban localizados, los agricultores, cuando sembraban, dejaban crecer una hilera de cada verdura para que echara la flor y poder sacar las semillas para el siguiente año. Sin embargo en el mundo moderno, el proceso se ha especializado y casi todos los alimentos se producen por macroproductores tanto de semilla como de plantón. Existen macroempresas que se dedican únicamente a sacar semillas para vender plantón (la semilla crecida y lista para poner en la tierra) y otros macroproductores que compran el plantón cada año y lo siembran.
Esto ha hecho que la especialización en el ciclo de producción de alimentos sea más eficiente de cara al capitalismo, pero menos eficiente en la conservación de las semillas y especies autóctonas. ¿Por qué? Porque de cara a una mejor producción, los que se dedican a la extracción de semillas van modificando genéticamente la planta para que cada vez produzca más, mejor y sobre todo en menos tiempo. La Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la Alimentación (FAO) estima que entre los años 1900 y 2000, se perdió el 75% de la diversidad de los cultivos y que dos de cada cinco plantas se encuentran ahora en extinción.
Esta hibridación y modificación de semillas que se lleva haciendo durante muchas décadas nos ha llevado a un punto de inflexión en el que ya no tenemos semillas originales de infinidad de frutas y verduras como por ejemplo de los tomates o del maíz. Esto ha preocupado a muchos países y al mundo entero. Y también debería preocuparnos a nosotros, porque no se nos puede olvidar que además de que somos lo que comemos, lo que comemos, siempre y todas las veces, viene de una semilla que alguien en algún sitio, de la forma que sea (modificada o no) la ha sembrado y ha esperado un mes o un mes y medio, a veces hasta 7 meses para que nosotros la tengamos en nuestro plato.
Por eso existen los bancos de semillas congeladas y los almacenes mundiales de semillas. Uno de los más famosos es el de Svalvard, el depósito de semillas más grande del mundo, un búnker a 150 metros en una montaña en el círculo polar ártico con capacidad para conservar más de un millón de semillas del mundo durante siglos y en caso de catástrofe. Pero hay un pequeño detalle, que las semillas congeladas no pueden estar demasiado tiempo ahí porque cuando salen, el contexto y el clima han cambiado y no son capaces ya de adaptarse al medio y reproducirse. Para que esto no sucediera, cada cierto tiempo tendrían que sacar alguna de esas semillas para sembrarla, que no pierda la información del contexto y poderla volver a congelar sin perder su capacidad de adaptación tal como sucede en el Centro de recursos Fitogenéticos de Madrid, que además del almacenado, gestión e investigación de semillas, se dedica un gran esfuerzo en la actualización y siembra de semillas para no perder el contexto en la genética de las mismas. De la misma manera que los bancos de semillas existen congelados, nuestras ideas hacia una modelo más justo con la naturaleza está congelado. Tenemos ideas, estrategias, planes de acción, damos charlas, conferencias, escribimos tweets, nos manifestamos, pero la realidad es que en la práctica casi todo sigue siendo igual. Tenemos nuestras semillas de interés y nuestro ímpetu congelado a cambio de más progreso, crecimiento y la famosa innovación. Las semillas que valen, el verdadero banco es el que está vivo, no congelado.