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12.06.23

La poética del negocio

Cada momento histórico hace una invitación a quien tiene la suerte de protagonizarlo.

La realidad se nos presenta confusa e inabarcable, seguramente siempre ha sido así: la percepción del cambio, la experiencia de nuestra limitación, esa sed innata en todos que no se termina de saciar o la inevitable incertidumbre que uno respira cada día, son algunas evidencias de lo que significa estar vivo.

Junto a esos vestigios de nuestra humanidad compartida que permanecen en el tiempo, se van sucediendo circunstancias y escenarios muy distintos a lo largo de los siglos. Y así, cada momento en la historia nos susurra unas preguntas y nos brinda unas oportunidades que van desvelando y al mismo tiempo moldeando lo que somos.

Voces del tiempo

Analizar las preguntas que nos hace la historia hoy no parece una tarea fácil. Por un lado, porque cuando uno logra comprender las implicaciones del último avance de la humanidad, estamos otra vez inmersos en un nuevo frenesí de novedades que han dejado obsoleto lo anterior. Por otro lado, porque para analizar qué está pasando o a dónde vamos es necesario escuchar. Escuchar el mundo, escuchar la naturaleza, escuchar a los demás, escuchar nuestro interior. Y es muy difícil hacerlo en nuestra agenda cotidiana, en la que no cabe mirar, detenerse o dudar.

En este contexto cambiante y difícil de comprender con nitidez, las compañías en las que trabajamos tienen una posición central. Nuestra capacidad de colaborar y nuestra habilidad para crear nos han permitido aprender a organizarnos a lo largo de los años en estructuras fascinantes: tribus, gremios, hermandades de comerciantes, feudos o talleres artesanales han dado lugar a cooperativas, empresas, fundaciones y todo tipo de organizaciones que se han convertido en escenarios donde nos desarrollamos y nos desenvolvemos en gran parte de nuestra vida. Estos escenarios, cuyas normas hemos conformado nosotros mismos, condicionan enormemente nuestro devenir, y no sólo nos marcan el camino a quienes funcionamos con un horario laboral, sino que, además, imprimen unas reglas del juego a quienes consumen sus resultados.

Por todo ello, pienso que cuestionar la empresa –su sentido, su ética o sus maneras– es una invitación fundamental del tiempo actual. Necesitamos mirar a la empresa con creatividad, para ver en sus dramas –sus luchas de poder, la presión exagerada sobre el rendimiento, la obsesión por el crecimiento sin medida o las muchas almas infartadas que quedan por el camino– la posibilidad de mejorar el curso del tiempo. Necesitamos imaginar nuevos capítulos en nuestra historia que nos inviten de un modo más evidente a vivir bien, y nuestra relación con el trabajo tiene mucho que decir en este aspecto.

Comprender la empresa poéticamente

En este sentido, me gustaría poner la atención en una tecnología poderosa y altamente avanzada que tenemos a nuestro alcance y que considero determinante en el proceso de comprender de otro modo lo empresarial. Me refiero al lenguaje.

El poder del lenguaje lo conocemos de sobra, pues lo experimentamos a diario. Pero paradójicamente pasa desapercibido en un contexto empresarial donde conversar es perder el tiempo, donde nos cuesta hacernos preguntas, utilizar la palabra honestamente y donde adolecemos de reuniones en las que no hay señal alguna de encuentro significativo entre las personas que las convocan.

Esta situación resulta irónica si recordamos que las personas somos seres narrativos, somos organismos de vinculaciones, seres en relación y que por tanto, nos desarrollamos a través del lenguaje. Articulamos nuestro pensamiento a través de la formulación de conceptos, juicios y razonamientos que entrelazamos formando historias que nos representan, nos guían y nos transforman. Podemos comunicarnos con solo mirarnos. Incluso sin hacerlo, creando los más diversos lenguajes que podamos imaginar.

Nuestro trabajo rebosa lenguaje, presente en las conversaciones que mantenemos, en los términos que manejamos, en las ideas que compartimos. Nuestros objetivos son historias que mueven día a día nuestro teclear, el negocio son relatos que construimos con los acontecimientos diarios de nuestra empresa, de la competencia o de los consumidores, nuestros equipos son entramados de palabras y silencios en constante creación, y estas palabras nos mueven, nos definen, nos despiertan, nos unen…

Prescindir de la dimensión poética de la empresa es olvidar lo que somos y necesitamos como seres humanos, lo que deriva en un desconocimiento profundo del negocio. Se trata de un tipo de analfabetismo común y preocupante, que nos lleva a ser enormemente ineficientes en el siglo de la eficiencia, pues centramos demasiados esfuerzos en alcanzar objetivos que no nos llevan a un auténtico prosperar. Atender al lenguaje, por tanto, es una prioridad estratégica en este camino de reformular nuestro ecosistema empresarial.

Los avances de la tecnología que estamos presenciando evidencian esta necesidad. Los llamados large language models como Chat GPT, por ejemplo, sitúan el lenguaje en una posición central. No sólo se nutren y aprenden con el propio lenguaje: cientos de historias, teorías, conversaciones, significados… sino que, además, responden a órdenes que introducimos en forma de palabras, se entrenan para comprender mejor nuestro lenguaje y nos proporcionan respuestas que vuelven a ser palabras. El lenguaje es su gasolina, con sus sesgos incorporados, que se replican exponencialmente. Por eso, a mayor desarrollo tecnológico, necesitamos mayor rigor poético que nos permita, no sólo estar a la altura de los desafíos técnicos que se nos brindan, sino además tejer con nuestras conversaciones, nuestras preguntas y nuestros relatos, la ética y el nivel de consciencia que nuestro tiempo demanda.

Fuentes fundamentales de creatividad

Desarrollar el pensamiento poético implica enriquecer el pensamiento analítico, orientado a los datos y modelos predictivos, con otras formas de razonar, capaces de matizar el dato y encontrar explicaciones más rigurosas, sensibles y profundas de la realidad. Necesitamos tender puentes entre mundos que no están acostumbrados a relacionarse para comprender mejor la realidad y, por eso, poner el foco en el poder del lenguaje es más importante que nunca.

Un primer paso para desarrollar esta suerte de rigor poético en la empresa es tomar conciencia de la palabra y del silencio como fuentes fundamentales de creatividad. Esto implica poner una especial atención a lo que decimos, a cómo nombramos las cosas, a nuestra manera de dialogar o a cómo nos silenciamos. Una actitud de cuidado que nos lleva a pasar de la inercia de un lenguaje ruidoso y atolondrado al descubrimiento de la palabra y el silencio como caminos de crecimiento hacia la belleza, la verdad y el bien. Me gustaría compartir tres ejemplos.

Decir

Decir la realidad que uno tiene delante no es tan fácil como puede parecer. A menudo, pronunciamos muchas palabras, pero no todas logran capturar fielmente lo que realmente sucede.

Cultivar un pensamiento poético implica decir con rigor. Esto hace referencia a la habilidad de nombrar la realidad, no sólo aquello evidente a la vista, sino lo que subyace. Decir con rigor en el ámbito empresarial, por tanto, implica comprender no sólo el funcionamiento o la composición de un negocio, sino el sentido y el fin último del mismo.

Cultivar la habilidad de decir puede traducirse en comportamientos apasionantes en el mundo empresarial, como por ejemplo la creación de relatos verdaderos que cuenten la empresa con toda su integridad, o la toma de decisiones basadas en un ideal que aporte sentido internamente y en la sociedad, o la práctica de conversaciones honestas entre personas de un equipo.

Además, podrían destacarse otros muchos comportamientos que despliegan la dimensión poética en los equipos. Por ejemplo, decir bien de los demás, que implica hablar desde la admiración y el respeto en lugar de fomentar la crítica y la suspicacia, llamar a las personas por su nombre como señal de reconocimiento o decir con coherencia, que supone comprometerse con lo que se dice, elevando una palabra cualquiera a una promesa de fidelidad futura.

Imaginar

Considerar la palabra como fuente de creatividad permite tejer posibilidades que no se han tenido en cuenta antes. Dice Olga Tokarczuk, premio Nobel de Literatura:

«Hoy nuestro problema radica, al parecer, en el hecho de que todavía no tenemos narraciones listas no solo para el futuro, sino incluso para un concreto ahora, para las transformaciones ultrarrápidas del mundo de hoy. Nos falta el lenguaje, nos faltan los puntos de vista, las metáforas, los mitos y las nuevas fábulas. En una palabra, nos faltan nuevas formas de contar la historia del mundo».

Este diagnóstico resulta inquietante, pues apunta a una crisis importante de imaginación. Y, centrando la atención en el mundo empresarial que nos ocupa, una compañía que carece de imaginación, está limitando enormemente su futuro.

Imaginar, soñar o proyectar son habilidades poéticas esenciales para una empresa que vive en un contexto tan incierto como el actual, pues son las destrezas que nos permiten encontrar respuestas mejores a problemas dados. La palabra y el silencio se convierten así en fuentes de genialidad, y pueden desarrollarse incorporando talento o inspiración multidisciplinar, promoviendo el cuestionamiento, la conversación significativa o la pausa.
El pensamiento poético es, de nuevo, una necesidad prioritaria para el negocio que quiere decirse en el futuro.

Callar

Pensar poéticamente nos enseña que el lugar dónde nace cualquier palabra sabia es el silencio. Si, como venimos diciendo, el lenguaje condiciona enormemente la calidad de una organización, cultivar el silencio es un elemento fundamental para el futuro de toda empresa.

Para descubrir en el silencio una fuente de creatividad es necesario practicarlo, y no resulta demasiado fácil hacerlo en un contexto donde todo ha de ser inmediato. Necesitamos la pausa para abrirnos a la riqueza de otros a través de la escucha, para asombrarnos ante el potencial que todos tenemos dentro, para dejar los egos de lado o para discernir el camino más adecuado para alcanzar nuestros objetivos.

Un camino ilimitado

Decir, callar e imaginar son actitudes que pueden desarrollarse ilimitadamente, dando lugar a hábitos más o menos virtuosos que definen organizaciones con niveles distintos de madurez.

Existen empresas en las que el pensamiento poético es pobre, donde uno observa síntomas como la falta de transparencia, el rumor, la falta de una visión compartida, la predominancia de ideas obvias y lugares comunes, la toma de decisiones por imposición o la falta de cuestionamiento. Esta pobreza poética afecta enormemente al tejido fundamental de la organización, y por tanto a la relación que cada persona tiene con su trabajo.

Por suerte, existen otros ejemplos de organizaciones que han comprendido el poder de las palabras y del silencio como fuentes poderosas de creatividad. Este tipo de organizaciones, que invierten el tiempo en conversar, en hacerse preguntas, en construir relatos relevantes o en cuidar y potenciar su lenguaje, no sólo son más conscientes y analíticas ante sus desafíos y se encuentran más preparadas ante la incertidumbre, sino que además, han tomado respuesta activa ante la sutil invitación que nuestro tiempo nos brinda de imaginar y construir formas más orgánicas de entender la empresa.